Monday, November 16, 2009

EVOLUCION HISTORICA DEL CINE

Evolución histórica del cine

El vicepresidente 1º de CinemaNet acaba de publicar -como hemos anunciado en nuestra web- un nuevo manual: Historia del Cine Mundial (Madrid: Rialp, 2009, 293 págs. 23 €).
Le hemos pedido una serie de colaboraciones, que inicia con esta síntesis del tema de su especialidad. “Influencia del cine en el espectador” y “Actitud del público ante una película” verán la luz próximamente.
Por José María Caparrós Lera

En este primer artículo, me propongo sintetizar la historia del Séptimo Arte con las mínimas palabras. A modo de travelling, ofreceré una breve panorámica del cine mundial, haciendo hincapié en cómo ha evolucionado el arte de las imágenes. En dos tiempos: primero, en el mundo; segundo, en España. Y con menos de mil palabras, en cada apartado.
MUNDO

Como todo aficionado sabe, el Cinematógrafo nació oficialmente en 1895, con la proyección pública de los hermanos Lumière en París, el 28 de diciembre. Pero había antecedentes notables: Edison, en Estados Unidos; Skladanowsky, en Alemania. Los inventores franceses “vencieron” porque, como fabricantes de placas y máquinas fotográficas, ya tenían el mercado abierto.
Pero el cine nació como “curiosidad científica”. Lumière no vio la trascendencia que tendría como espectáculo. Tuvo que llegar el maestro Georges Méliès para que comenzara a desarrollarse el Cinematógrafo: surgieron los primeros géneros y trucos fílmicos.
La industria apareció en Francia de manos de dos empresarios: Charles Pathé y Léon Gaumont, que arruinaron a Méliès. Y pronto el cine adquirió entidad como “teatro filmado”, gracias también a la corriente del Film d’Art. El género histórico italiano fue sustituido por los dramas sociales; mientras, el cine norteamericano se empezaba a desarrollar en Hollywood gracias a las primeras productoras y los maestros que establecieron el lenguaje del arte de las imágenes, especialmente David Wark Griffith. Con todo, hubo antecedentes en Inglaterra -la Escuela de Brighton intuyó la sintaxis del naciente Séptimo Arte- y en los países nórdicos, después con el maestro Dreyer a la cabeza.

La Primera Guerra Mundial desplazó la preeminencia europea a los Estados Unidos. Aun así, Alemania dio a luz en los años veinte una de las corrientes más importantes: el expresionismo. Al mismo tiempo, Francia destacaba con las primeras vanguardias -impresionista y el surrealismo- y la entonces Unión Soviética creaba una gran escuela, con el genial Eisenstein como principal figura. En esos años también se consolidaría Hollywood como Meca del Cine, con los primeros albores del cine “sonoro” y maestros del género cómico tan relevantes como Charles Chaplin y Buster Keaton. También el documental tuvo maestros como Robert Flaherty.
Los años treinta, a pesar de la Depresión, gozó de una época dorada en Estados Unidos: se desarrolla el film “parlante”, la comedia y el género musical… y, finalmente, el color. Las películas de Frank Capra retrataron como pocas aquella época de crisis. Y John Ford logró la renovación del género western. En Francia, la vanguardia del realismo poético tuvo a Jean Renoir y René Clair como cabezas de fila.

Aun así, tuvo que llegar la Segunda Guerra Mundial para que el cine incidiera más en la propaganda, tras la ideologización de las dictaduras nazi y fascista, y también estalinista. Asimismo, el cine de gángsters reflejaría la crisis de este período bélico. Y apareció otro genio del Séptimo Arte: Orson Welles.
Pero en plena posguerra surgiría el movimiento más crucial de la historia: el Neorrealismo italiano. Fue un giro copernicano en el cine mundial: los directores bajaban con las cámaras a la calle para captar la realidad cotidiana, los problemas de la gente corriente. Y ahí están los grandes filmes de Roberto Rossellini y Vittorio de Sica como paradigmas. También se desarrolló el cine oriental, con maestros como Kenji Mizoguchi y Akira Kurosawa, en Japón; a la vez que en Suecia apareció otro maestro: Ingmar Bergman.

El cine social norteamericano fue cercenado por la tristemente célebre “caza de brujas” del maccarthismo. Pero se consolidaron el cine “negro” y de “suspense” como testimonios de un período. Nombres como los inmigrados Fritz Lang y Alfred Hitchcock realizaron algunas de las películas más representativas.
La generación de la Televisión desplazó a la llamada “generación perdida“, que tuvo que emigrar a Europa; al tiempo que en el Viejo Continente se produciría la revolución de las “nuevas olas” de los sesenta: intelectuales que se lanzaron a renovar el cine de cada país: Nouvelle Vague, en Francia; Free Cinema, en Gran Bretaña; Nuovo Cinema, en Italia; Joven Cine, en Alemania; Nuevo Cine, en España… hasta el cine del “Deshielo”, en los países del Este. La idiosincrasia y problemática de cada nación se plasmó en la pantalla.
Asimismo, durante esa década, nació el Cinema Nôvo brasileño, junto al desarrollo de la producción en los países de América Latina, especialmente Argentina y México. En este último país desarrollaría parte de su obra el español Luis Buñuel. También fue el despertar de Canadá y, luego, del cine australiano.

El cambio y la primacía que supusieron los movimientos de los años sesenta fue de algún modo compensado por el New American Cinema, germen del cine underground y, más tarde, por los filmes “contestatarios” USA, con firmas como Robert Altman y Arthur Penn. Mientras en Europa se imponía el género político, de manos del pionero Costa-Gavras, junto a Francesco Rosi y Gillo Pontecorvo, entre otros autores italianos.
Tendrían que llegar los años ochenta-noventa, para que el cine cobrara visos más esteticistas y volviera el espectáculo tradicional. Pronto destacaría una nueva tríada norteamericana: George Lucas, Steven Spielberg y Francis Ford Coppola, quienes sustituyeron al género de consumo “catastrofista” que había imperado también en Hollywood. La Meca del Cine recuperó así la preeminencia mundial. Y las salas europeas se vieron invadidas por las producciones estadounidenses, que acaparan las pantallas de todo el mundo. Sólo el despertar oriental -la India, con sus películas de Bollywood; China, con los filmes post-Mao; Japón, con su última ola; e Irán, con la escuela de Abbas Kiarostami- opondría cierta resistencia.
En la actualidad, el cine digital -con las copias en DVD o Blue-Ray- y el fenómeno del Internet -el público puede “bajarse” las películas a su ordenador- anuncian una nueva era, donde el film tradicional peligra de extinguirse, si no fuera por la revolución que pronto significará el 3D.
Suerte que quedan firmas innovadoras como los hermanos Coen o los Dardenne, por citar sólo un binomio de cada continente, que, junto a manifiestos como el danés Dogma 95 y grandes clásicos como Clint Eastwood, ofrecen posibilidades para que el Cinematógrafo perdure como siempre fue: el arte de las imágenes en movimiento.
ESPAÑA

Hoy en día, todavía se discuten los verdaderos orígenes del cine español. Las recientes investigaciones de Jon Letamendi y Jean-Claude Seguin han descartado que las famosas Salida de misa de 12 del Pilar de Zaragoza, de Eduardo Gimeno, y Riña en un café, de Fructuós Gelabert fueran las primeras películas autóctonas. Con todo, algunos historiadores aún arrastran esos títulos como los pioneros.
Lo que sí está claro es que el catalán Gelabert y el aragonés Segundo de Chomón fueron los que inauguraron las primeras escuelas de la cinematografía española: la realista y la fantástica, respectivamente, a principios del XX.
Los años diez del pasado siglo fueron artesanales -no cabe hablar de una industria de cine en España-, siendo Barcelona el principal centro productor del país, como vemos por las amplias filmografías de Albert Marro y Ricard de Baños, entre otros pioneros catalanes.
Mientras que en la década de los veinte aparecen las primeras inquietudes artísticas y socio-culturales, de manos de los después maestros Florián Rey y Benito Perojo, así como el nacimiento de los cine-clubs y el surgimiento de los primeros críticos importantes (Juan Piqueras, Josep Palau, César Arconada, Miguel Pérez Ferrero, Luis Gómez Mesa, Manuel Villegas López, Sebastià Gasch y Antonio Barbero).
Sin embargo, tuvieron que llegar los años treinta para que el cine español empezara a hablar definitivamente. De ahí que la primera película “sonorizada” fuera La aldea maldita. Pero, si nos atenemos a la producción del período 1918-1930, con títulos tan destacables como Luis Candelas, o el bandido de Madrid (Armand Guerra, 1926), La malcasada (Francisco Gómez Hidalgo, 1926), Las de Méndez (Fernando Delgado, 1927), Zalacaín, el aventurero (Francisco Camacho, 1929) o Prim (José Buchs, 1930), no podemos ratificar simplificaciones como la que llevó a escribir al antiguo Director General, José María García Escudero: “Nuestro cine es un pueblo: la andaluzada, la baturrada, la madrileñada, la zarzuelada” (1954).
Cuando Francisco Elías montó en Barcelona los Estudios sonoros Orphea Film, volvió la Ciudad Condal a protagonizar el cine español. Y pronto nació una pequeña industria, con productoras tan boyantes como la valenciana CIFESA y la madrileña Filmófono, para la que trabajó Luis Buñuel.
Así, la II República recién nacida también tuvo su título propagandístico: Fermín Galán (Fernando Roldán, 1931), que “cantaba” al héroe del frustrado golpe de Estado de Jaca (1930). Fueron los años en que los referidos Florián Rey y Benito Perojo dieron a luz sus mejores películas. Una época dorada, calificada así por Gasch y la gran “estrella” Imperio Argentina, que llevó a Luis García Berlanga a definirla con estos términos: “El cine español ha tenido dos edades de oro. La primera fue durante la República, con la llegada del cine sonoro y el surgimiento de una industria con productores, técnicos y estudios. Todo ese proceso lo truncó la Guerra Civil” (1999).
Ciertamente, la Guerra Civil española acabó con el florecimiento de la naciente industria del cine nacional, pues los partidos políticos se ocuparon más de la propaganda, por difundir sus idearios, y no tanto por mantener la endeble infraestructura para que el cine español perdurase tras la contienda, “ganara” quien ganara… Con todo, en esos años bélicos, surgiría una escuela documental que no ha tenido parangón hasta el actual auge del género.
El largo túnel del franquismo, los cuarenta años de dictadura, no fueron tan negros en materia cinematográfica, como puede observarse por algunas películas interesantes: que van desde la mera propaganda política (Raza) hasta el cine histórico de cartón-piedra. Tras la triste Autarquía, el cine español -como el mundial- también hizo un giro copernicano hacia temas sociales, sobre todo con esas obras maestras que son Surcos (J. A. Nieves Conde, 1951), ¡Bienvenido, Mìster Marshall! (Luis G. Berlanga, 1952) y Muerte de un ciclista (J. A. Bardem, 1955), película que se proyectó en las célebres Conversaciones de Salamanca. Ésta es la segunda edad de oro que señalaba Berlanga.
Aquel encuentro cinematográfico en Salamanca (1955) está considerado como la primera reunión de la oposición a la Dictadura franquista, y allí Juan Antonio Bardem pronunciaría su famoso discurso: “El cine español es políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico”. Además, se pusieron las bases al nacimiento del Nuevo Cine español en la década siguiente; “nueva ola” promovida desde el poder, paralela a las europeas de los años sesenta. En Cataluña, también la denominada Escuela de Barcelona tuvo cierto protagonismo en esa época.
En el tardofranquismo, Carlos Saura destacó con un cine críptico y más intelectual -junto a Víctor Erice (El espíritu de la colmena) y Manuel Gutiérrez Aragón (Habla, mudita), entre otros-, mientras se mantenían los géneros más populares, con el llamado cine del “destape” y de la “tercera vía”.
La muerte de Franco supuso el inicio de un cambio en la cinematografía española. En los años de la Transición surgieron dos corrientes: el cine “revanchista”, con especial incidencia en temas sobre la Guerra Civil y la Dictadura, y el renacimiento de las Autonomías, sobre todo de Cataluña y el País Vasco, con películas en lengua vernácula.
Después, cuando llegaron los socialistas al poder por vez primera, apareció el cine del “desencanto”, porque la endeble industria cinematográfica española siguió sin infraestructura y asimismo viviendo de las subvenciones y el “amiguismo” ya establecidos por el sistema franquista.
No obstante, en estos últimos años de democracia -pese al colonialismo de las películas estadounidenses- el cine español sería reconocido con diversos Oscars de Hollywood (José Luis Garci, Fernando Trueba, Pedro Almodóvar y Alejandro Amenábar, como directores; y Javier Bardem y Penélope Cruz, como intérpretes) y una joven generación de cineastas -con bastantes mujeres directoras- ha irrumpido en las pantallas del país con cierta aceptación por parte del público.

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