Sunday, October 19, 2008

LA INFLUENCIA DEL CINE EN LA ADOLESCENCIA

Estimados alumnos: Les recomiendo leer tranquilamente el siguiente artículo , porque sobre el preguntaré en el examen final oral.

La influencia del cine en jóvenes y adolescentes (I)


1. ¿De verdad influye el cine en mi vida?


Cuando oímos hablar de la influencia del cine en nuestras vidas, es fácil que asome a nuestros labios un rictus de escepticismo: ¡Otra vez la visión apocalíptica de las películas! Y es cierto que se ha hablado de ello con frecuencia, pero rara vez desde una perspectiva antropológica. Lo cierto es que, que desde sus orígenes, el cine ha actuado siempre como un modelo conformador de actitudes y estilos de vida, como un espejo en el que todos nos miramos para decidir nuestros modelos y nuestras pautas de comportamiento. Por eso las películas cinematográficas influyen tan notablemente en nuestra percepción de la realidad. Veamos algunos ejemplos.

Una película como Amadeus (1984) cambió por completo la imagen cultural que de Mozart tenía el gran público; lo convirtió en un genio infantil, creador de obras sublimes y —a la vez— inmaduro y zafio hasta límites insospechados. Pero no sólo cambió su imagen, sino que convirtió a ese músico de otra época en un ídolo popular y tremendamente actual, lo que provocó una auténtica "Mozart-manía": sus CD se vendieron por decenas de millares y llegó a ser un fenómeno cultural importante a mediados de los años ochenta.

Está también el famoso caso de Vacaciones en Roma (1953). Esta película, protagonizada por Audrey Hepburn y Gregory Peck , cambió por completo la imagen deteriorada y decadente que, durante los años cuarenta, había creado el Neorrealismo italiano en torno a la Ciudad Eterna. Las películas de Rossellini, Zavattini y Vittorio de Sica difundieron un mito de decadencia; pero bastó esta cinta de William Wyler, en 1953, para que los norteamericanos volvieran a verla como "la ciudad del amor", el símbolo de la ilusión y del romanticismo.

Más decisivo aún fue el estreno en todo el mundo de El Club de los poetas muertos (1989). Dirigida por el australiano Peter Weir , contaba la historia de un joven profesor de Literatura (Robin Williams ) que se incorpora a un elitista colegio privado en la América puritana de los cincuenta. Con sus nuevas formas de enseñanza (les hace andar por el patio, para que cada uno coja “su paso”; les anima a buscar su propia voz; les incita a ser actores, a leer poesía, a soñar con otras cosas que ganar dinero y seguir el patrón de sus mayores), se granjea la suspicacia de los directivos del colegio. Y su mensaje “Carpe diem!” —aprovecha el momento— provoca una verdadera revolución, a la par que termina en tragedia. Nadie pensaba que esta película pudiera influir en la conciencia de los jóvenes. Es más, por su temática de corte elevado (relaciones padres-hijos, libertad en la elección de la carrera, sistemas pedagógicos en conflicto) se pensó que a los chicos les aburriría, y que sólo podría interesar a padres y educadores. Bastaron unos pases previos para descubrir que la película despertaba un verdadero entusiasmo entre los adolescentes. Nuevos pases en institutos y colegios confirmaron esa tendencia, hasta el punto de que el filme era recibido como el abanderado de “la revolución docente” que los estudiantes de entonces ansiaban. Con estos datos a la vista, la productora del filme decidió cambiar por completo el marketing inicialmente previsto: se modificó el cartel, que iba a estar centrado en la figura del actor, para dar paso a los jóvenes protagonistas; se promocionó como símbolo de la rebeldía estudiantil y alcanzó un éxito entre la juventud como no se había imaginado ni de lejos.

Por otra parte, las películas no sólo han influido en nuestra imagen de la realidad: de un artista, de una ciudad o de un sistema docente. Las películas han modificado también, y mucho, nuestra actitud hacia productos concretos y nuestras pautas tradicionales de consumo.

Citaré tan solo algunos ejemplos especialmente memorables, todos ellos relacionados con la moda. En 1934, Clark Gable produjo un daño considerable a los fabricantes de ropa interior masculina cuando apareció sin camiseta en la película Sucedió una noche. Esa memorable escena recoge el momento en que, al llegar a un motel en una de las paradas del interminable viaje en autobús, se quitaba la camisa para así intimidar a la joven Claudette Colbert , que no estaba decidida a irse de la habitación. Que un ídolo como Gable vistiese —al menos en el cine— sin camiseta interior motivó que millones de americanos dejaran de usarla y, por tanto, de comprarla.

Habría que esperar diecisiete años para que Marlon Brando la recuperara en la película Un tranvía llamado deseo (1951). En ella, Brando aparece en buena parte del metraje con camiseta, pero ya no como prenda interior, sino como elemento básico de vestir, en sustitución de la camisa. A partir de entonces, y rebautizada como T-Shirt , se convertirá en el símbolo de la informalidad y el rechazo de lo establecido, gracias al personaje interpretado por dicho actor.

Algo parecido sucedió, por ejemplo, en la película Rebecca (1940). Los diseñadores de vestuario, para subrayar el carácter sencillo, tímido e introvertido de la protagonista, Jean Fontaine , la habían vestido en gran parte del metraje con una chaqueta de punto: la indumentaria típica de las campesinas de la época. Era un símbolo visual constante de su carácter de Cenicienta en un mundo aristocrático que le rechazaba Pero el éxito comercial de la película —que, además, consiguió el Oscar al mejor filme— hizo que esa prenda se pusiera de moda: pasó a ser el símbolo de lo kitsch , de lo sofisticado y moderno. La chaqueta de punto se vendió muchísimo en toda la década, e incluso llegó a ser conocida —al menos en España— con el nombre de la protagonista y del filme: Rebeca.

Por último, tal vez el caso más famoso de modificación de hábitos de consumo —y seguimos en el sector de la moda— la propició James Dean en la película Rebelde sin causa (1955). En buena parte de las secuencias, su indumentaria básica es una cazadora: una prenda concebida —como su nombre indica— para las monterías y situaciones de caza. Pero la constante asociación del actor con esa prenda concreta, motivó la adhesión de los jóvenes a esa pieza y convirtió a la cazadora en todo un símbolo de la rebeldía juvenil. Alfonso Méndiz. Prof. de Cine . Universidad de Málaga.

2. El cine como factor de socialización
[Alfonso Méndiz. Prof. de Cine y Publicidad. Universidad de Málaga
Colaborador de Cinemanet]

En el primer artículo de la serie vimos algunos ejemplos relevantes de cómo una película cambia pautas de comportamiento, de consumo o de percepción de la realidad. Vamos a ahondar ahora en las razones de esa influencia en los valores y en las pautas de conducta.

El punto de partida es que el cine es hoy —lo ha sido casi desde su nacimiento— el medio de educación informal más poderoso que tenemos. Ya en 1917, durante la época del cine mudo, el Consejo Nacional de Moral Pública del Reino Unido publicaba un informe titulado El cine: situación actual y posibilidades futuras, en el que se decía: “Puede dudarse si somos lo suficientemente conscientes de la fuerza y consistencia con que las salas de exhibición cinematográfica han atrapado a las gentes de este país. El resto de otras formas recreativas atraen como mucho a una pequeña parte de la comunidad; el magnetismo del cine, en cambio, es universal. En el transcurso de nuestra investigación hemos quedado impresionados por la evidencia, traída ante nuestros ojos, de la profunda influencia que el cine ejerce sobre el punto de vista intelectual y moral de millones de jóvenes” (2).

Quizás esta afirmación pueda ser juzgada de catastrofista, pero lo cierto es que ha sido proclamada y defendida con periódica insistencia por diversos teóricos del Séptimo Arte. En la actualidad, ese juicio podría resultar aún más justificado por la creciente indiferencia respecto de los valores que se observa en la educación escolar y familiar. Como señalan Blumer y Hauser: “la influencia del cine parece ser proporcional a la debilidad de la familia, la escuela, la Iglesia y el vecindario. Allí donde las instituciones que tradicionalmente han transmitido actitudes sociales y formas de conducta han quebrado (…), el cine asume una importancia mayor como fuente de ideas y de pautas para la vida” (3).

Por lo que respecta a la educación reglada, es cierto que, cada vez más, los profesores se limitan a instruir —transmitir conocimientos— y renuncian a educar: transmitir un modelo de vida, unos valores, un ideal de comportamiento; y ello por temor a ser criticados de “imponer sus creencias” a los alumnos. Ante esta crisis en la educación y en los valores, el cine adquiere cada vez más protagonismo como instancia educativa de los jóvenes: él es el que dice a los jóvenes cómo deben comportarse y actuar, cuáles deben ser las relaciones familiares y de pareja, dónde está el bien y el mal, en qué consisten la felicidad y el fracaso personal. Una película como Titanic, que fue vista en los cines por 10’8 millones de espectadores en nuestro país (uno de cada cuatro españoles), ha influido sobre la consideración del noviazgo, el compromiso y las relaciones prematrimoniales más que todas las explicaciones en el aula sobre estas materias.

Y es que, en el fondo, subyace el problema de la autoridad en la educación. Ante la indiferencia o la desorientación de los mayores, los jóvenes otorgan actualmente más autoridad espistemológica (conocimiento de la realidad) y más autoridad deontológica (cómo debería ser la realidad) a las películas que a las clases de ética y de moral en la escuela, a las conversaciones orientadoras con sus padres y hermanos, y hasta la evidencia de su vida familiar experimentada durante años. Un afamado productor europeo, David Puttnam, reconocía abiertamente: “Soy consciente de que la mayor influencia cultural y social que tuve fue el cine. (…) Toda mi base ética se formó no en casa o en la iglesia, sino a través de las películas americanas de los años cincuenta. El despertar de un conjunto de creencias éticas con las que afrontar la vida, vino, en mi caso, del cine” (4).

Esta perspectiva adquiere su justa proporción (más bien habría que hablar de “desproporción”) cuando advertimos el alcance —audiencias millonarias— que han logrado algunas películas demoledoras o, cuando menos, disolventes en lo que se refiere a la imagen de la familia. Filmes como La naranja mecánica, Instinto básico o American Beauty han superado en los cines de nuestro país los cuatro millones de espectadores: es decir, la han visto uno de cada diez españoles. Y en la mayor parte de los casos quienes las veían no eran conscientes de la amargura, cinismo y revisión crítica de la institución familiar que esas cintas les habían dejado.

Esta perspectiva sociológica, que afirma la consolidación de un marco referencial común a través del cine, es la principal influencia de las películas en la sociedad. Cuando Andrew Tudor estudia las funciones del cine como institución social, señala explícitamente la función de socialización, que consiste en la consolidación de una cultura uniforme, socialmente compartida, homogeneizada en unos pocos valores (los políticamente correctos) que aluden a una moral relativista y hedonista. En ese marco, cualquier discurso —pronunciado en el aula o en la familia— que abogue por la disciplina, el sacrificio o la exigencia personal será rechazado por los destinatarios, que han sido previamente “educados” en otra moral y en otra visión de la felicidad: la que a diario asimilan en las películas y teleseries.

3. El cine como factor de legitimación

En el artículo anterior vimos que el cine contribuye, con la difusión internacional de los filmes, a la homogeneización cultural de todos los países. Pero ésta es sólo una parte del influjo que las películas ejercen sobre las audiencias. Tudor señala, junto a la función de socialización, otra función de legitimación. “La primera —afirma— es el proceso por el cual las películas, como parte de nuestra cultura, nos suministran un ‘mapa’ cultural para que podamos interpretar el mundo. La segunda es el proceso más general por el cual las películas se usan para justificar o legitimar creencias, actos e ideas”(5).

Hoy en día, el cine ha legitimado conductas y percepciones de la realidad que antaño provocaban el rechazo o la discrepancia de la mayoría de la población. Sin embargo, hoy en día esas cuestiones se aceptan como inevitables, o incluso como “tal vez correctas”, por la carta de legitimidad que las películas le han otorgado. Entre otros aspectos que el cine ha contribuido a legitimar, podrían señalarse éstos que afectan directamente a la familia:

— La homosexualidad, en cintas como Brokeback Monutain, Philadelphia, Las horas o La boda de mi mejor amigo.

— La convivencia durante el noviazgo: en teleseries de audiencia juvenil, como Compañeros y Al salir de clase, o en otras muchas teleseries: Aquí no hay quien viva, Los Serrano, etc.

— La ruptura familiar —incuso el adulterio— como liberación personal. Entre otros filmes, cabe citar Memorias de África o Los puentes de Madison.

— La eutanasia, con la promoción alborotada de películas ideológicamente orientadas, como Million Dollar Baby o Mar adentro.

Ciertamente, el cine ha sido siempre una “fábrica de sueños”. En ellos nos proyectamos y tratamos de configurar nuestras identidades. Por eso, porque son punto de referencia para nosotros mismos, el cine ha sido también comparado a un gran espejo en el que nos miramos y buscamos nuestro verdadero rostro. Lo que esa imagen autoriza a pensar o a actuar, será asumido por nosotros como algo legítimo, validado y plenamente aceptable en nuestra vida.



4. Capacidad sugestiva de las películas

Hasta ahora, hemos reflexionado sobre dos aspectos importantes de las películas que afectan a la esfera social: los factores de socialización y de legitimación. Esto ha requerido adoptar una consideración del ser humano desde una perspectiva externa y colectiva. Ahora nos adentraremos en dos ámbitos que afectan directamente a la psicología: la capacidad de sugestión de las películas y la llamada “transferencia de personalidad”. En síntesis, trataremos de descubrir la influencia del cine en nuestros mecanismos de cognición e interpretación de la realidad. Esto supondrá adoptar una consideración de la persona desde una perspectiva más individual e introspectiva.

Por lo que respecta a la sugestión de las películas, es evidente que este medio de comunicación supera con creces la capacidad de cualquier otro. La representación de la realidad en los filmes es siempre viva y fuerte, emocionalmente dramática, y con frecuencia se acaba asimilando como una experiencia vivida. Así, por ejemplo, una chica joven podría pensar: “¿Cómo me van a decir mis padres la forma en que debo relacionarme con mi novio? ¡Si yo sé cómo es (aproximación epistemológica) y cómo debe ser (aproximación axiológica) esa relación! Lo he visto con mis propios ojos, lo he vivido”. En realidad, lo ha visto y lo ha “vivido” en el cine, pero lo ha asimilado como algo experimentado en primera persona. Esas imágenes le han permitido asumir la instancia de testigo presencial: considera verdaderamente que ha protagonizado esos hechos, y por tanto le parecen más verdaderos y reales que los discursos de sus padres y educadores. El tratamiento del tema, la historia “vivida” o “experimentada” en esa película, adquiere así el estatus de algo incontestable, afirmado por su propia vivencia.

Esta faceta de “manipulación de la experiencia” resulta mucho más importante en los jóvenes, pues son más vulnerables al poder fascinador de la imagen. Cuando en la escuela se habla de conductas o creencias, o cuando sus padres les proponen hablar “de algo serio”, inmediatamente ponen un filtro ante lo que oyen, porque lo interpretan como “imposición de valores”, como “sermón” o, en el peor de los casos, como abierta manipulación. Pero nada de eso ocurre cuando ven una película: las historias (asumidas como “experiencias” personales) no se enfrentan a ningún filtro intelectual: penetran en su mundo interior a remolque de las emociones vividas.

Por otra parte, el cine posee un impacto multidimensional, del que difícilmente podemos sustraernos. A diferencia del periódico o la revista, que afecta sólo al sentido de la vista; o a diferencia de la radio, que incide sólo sobre el oído, el cine influye en varios sentidos al mismo tiempo. Ofrece una imagen, como la pintura o la fotografía (con un estudiado tratamiento de la luz, el encuadre, la composición y el cromatismo), pero añade a la vez la sugestión del movimiento (como en la danza o en el baile); y, al mismo tiempo, nos envuelve con la banda sonora (como en una audición musical), y realza la acción con los efectos de sonido, y con una modulación de la voz en los actores, y con una retórica verbal en el guión. Todo ello está afectando simultáneamente a nuestro psiquismo, que es incapaz de separar todos esos estímulos y anteponer para cada uno de ellos el adecuado filtro. Por todo ello, resulta muy difícil sustraerse al impacto que puede producir una secuencia bien planificada, y prácticamente imposible atemperar el juego de emociones que va desarrollando el argumento del filme: porque la historia se “siente” al compás de la música; y la interpretación de los actores, con la luz o la decoración que se han escogido para esa escena.

El propio ambiente de la sala contribuye a que “nos metamos” en la historia ficticia. Se apagan las luces, se enciende un proyector sobre la pantalla de grandes proporciones y empieza el sonido de una música que procede de todas direcciones. Nada nos distrae de esa trama que comienza: ni hay contertulios, como cuando vemos el televisor, ni llamadas telefónicas o tareas pendientes. Todo está pensado para invitar a la relajación y la contemplación; y, de hecho, los ojos no pueden ver si no es en la dirección de la pantalla.

Es precisamente en esas circunstancias cuando acontece lo que Woody Allen plasmó metafóricamente en la película La rosa púrpura del Cairo: el espectador se siente impulsado a cruzar el espacio que le separa de la pantalla y, con su imaginación, entra en el mundo de la ficción cinematográfica y experimenta en sí las emociones que viven los personajes: se alegra, se entristece o se enamora con el protagonista, y hace vida propia sus inquietudes e ideales.
Cine contemporáneo y familia: medicina contra el individualismo egoísta
Habla Jerónimo José Martín, presidente del Círculo de Escritores CinematográficosBARCELONA, miércoles 10 de septiembre de 2008 (ZENIT.org).- El cine de hoy se ocupa de la familia. De hecho, la soledad, la incomunicación, la incomprensión y el dolor, afrontados desde la unidad y el cariño de la familia, han generado algunas de las películas más relevantes de los últimos años.Lo constata con ZENIT el crítico y profesor de cine Jerónimo José Martín, que preside desde 1999 el Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC), la principal asociación española de críticos e informadores de cine, y la institución de cine más antigua de España.El pasado 29 de agosto impartió en Barcelona la conferencia-coloquio La realidad familiar en el cine contemporáneo, organizada por CinemaNet y la Muestra Internacional de Cine sobre la Familia. En esta entrevista, Martín sintetiza las principales ideas que expuso en esa conferencia al tiempo que repasa las principales películas recientes en torno a la familia.Jerónimo José Martín es crítico de cine del diario La Gaceta de los Negocios, del programa Pantalla Grande (Popular TV), de la sección cultural de La Linterna (COPE), de la agencia de colaboraciones Aceprensa, y de las revistas Pantalla 90, Fila 7 y Humanitas (Santiago de Chile).También es profesor de Historia del Cine de Animación en la Escuela del Cine y del Audiovisual de la Comunidad Autónoma de Madrid (ECAM), y de Cine y Moda en el Cent ro Universitario Villanueva, de Madrid.--¿Qué acercamiento a la familia destacaría dentro del cine contemporáneo?--Martín: Hay acercamientos sugerentes desde diversas procedencias, algunas incluso antagónicas, como el cristianismo y el marxismo.En este sentido, destacan las aportaciones del nuevo cine social, surgido tras la caída de los regímenes comunistas en Europa, y liderado por diversos cineastas de formación marxista o filomarxista, que hace años despreciaban la familia por alienante, y que ahora la reivindican como un poderoso foco de solidaridad en una sociedad cada vez más insolidaria. Ahí están películas como Lloviendo piedras, Secretos y mentiras, La habitación del hijo, Italiano para principiantes, Caos, Estación Central de Brasil, Kamchatka, Solas, El Bola, Héctor...--¿Esta tendencia se circunscribe a Europa y Latinoamérica?--Martín: Se ha difundido sobre todo en esos ámbitos. Pero, curiosamente, su enfoque elogioso de la familia coincide con el de muchas películas de Estados Unidos --sobre todo las de procedencia hispana, como My Family, Spy Kids, Spanglish o Bella-- y de lugares tan diversos como China (¡Vivir!, El camino a casa), India (La boda del monzón, El buen nombre, Bodas y prejucios) o Irán (El padre, Niños del paraíso).Sin duda, la irrupción de un cine étnico en las carteleras occidentales ha fortalecido una tendencia cada vez más clara, y es que el cine contemporáneo reivindica la familia como la mejor medicina contra el individualismo egoísta, verdadero causante de los abismos de soledad de tanta gente.--Ante esos abismos, ¿el cine muestra familias fuertes, que los superan positivamente?--Martín: En efecto. La soledad, la incomunicación, la incomprensión y el dolor, afrontados desde la unidad y el cariño de la familia, han generado algunas de las películas más relevantes de los últimos años. Basta recordar títulos como Grand Canyon, En América, Lorenzo's Oil, En busca de Bobby Fischer, El caso Winslow, Magnolia, Jugando con el corazón, Vidas contadas, Cinderella Man, In Good Company, El tigre y la nieve, El final del espíritu, Después de la boda, Las alas de la vida, Doce en casa, Crash, Babel, Pequeña Miss Sunshine, La ganadora, Los Increíbles, La escafandra y la mariposa, El atardecer, Cosas que perdimos con el fuego, Juno, Lars y una chica de verdad, El incidente...--¿Todas esas películas tienen una mirada común?--Martín: Son películas muy distintas entre sí, pero la mayor&iacut e;a reivindican la familia como un ámbito en el que nunca se abandona a nadie, incluso cuando lo hace mal.Es la luminosa visión que ofreció hace décadas Frank Capra --católico practicante-- en obras maestras como Vive como quieras o ¡Qué bello es vivir! Se trata de una perspectiva antimaterialista, sólidamente asentada en la doctrina cristiana sobre la providencia, la caridad y el sacrificio.Todo lo contrario de la reciente producción española Camino (2008), en la cual su director y guionista, Javier Fesser, confirma que no entiende --o no quiere entender-- la actitud cristiana ante el sufrimiento. Afortunadamente, su militante perspectiva atea es muy minoritaria dentro del cine actual.--¿Cómo están influyendo corrientes que ponen en entredicho el papel de la familia?--Martín: Está influyendo menos de lo que parece, a pesar del bombo que se ha dado a tramposas películas de propaganda gay como Philadelphia, In & Out, La boda de mi mejor amigo, Brokeback Mountain, Sexo en Nueva York o Mamma Mia!Por un lado, muchos cineastas se niegan a caer en el cierto sexismo gay de esas películas, que tienden a presentar a todas las mujeres heterosexuales como unas histéricas, a todos los hombres heterosexuales como unos brutos insensibles, y a los homosexuales y lesbianas como los únicos equilibrados.La mayoría de los cineastas se niegan también a aceptar acríticamente una doctrina profundamente individualista, que presenta como un derecho la elección de la propia orientación afectivo-sexual, sin que uno pueda ser reprimido por los demás, ni por la sociedad, ni por la propia naturaleza humana...--¿Cómo es esto?--Martín: La ideología de género surgi&oacu te; dentro del feminismo neomarxista, y fue expuesta en la I Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo (El Cairo, 1994) y en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer (Pekín, 1995).Tal ideología aplica la lucha de clases a la lucha de sexos, desprecia los sexos naturales como irrelevantes, reclama la liberación de la "tiranía biológica de la maternidad" y afirma el origen cultural y el carácter cambiante de la identidad sexual. Esta doctrina radical, aplicada en toda su amplitud, no sólo legitima la homosexualidad, el lesbianismo, la bisexualidad o la transexualidad, sino también la zoofilia, el incesto, la pederastia con ciertas garantías, la poligamia, la poliandria, el sadomasoquismo...Por eso, el Papa Benedicto XVI habla de la ideología de género como de la tercera revolución contra el hombre --después del ateísmo y el material ismo, que reducen el ser humano a un ente no espiritual-- y como de la última revolución posible, pues después de su rotunda negación de la naturaleza humana objetiva no cabe más degradación.--¿Y todavía no ha calado en el cine?--Martín: Ha calado un poco en el ámbito de la comedia. Pero las mejores películas contemporáneas la afrontan con el dramatismo y la honestidad de la vida misma, que confirma las problemáticas relaciones que generan las prácticas homosexuales, lésbicas, incestuosas o sadomasoquistas. Basta recordar títulos como Mejor, imposible, Truman Capote, Historia de uncrimen, Diario de un escándalo, Retrato de una obsesión y, sobre todo, Las horas (2003), la premiada película del inglés Stephen Daldry. Este último filme es una poderosa y emotiva constatación de las dolorosas turbac iones, frustraciones y desesperanzas a que se enfrentan tantos hombres y tantas mujeres de hoy por no tener un agarradero sólido, ni moral, ni religioso.--"Kramer contra Kramer" llevó a la pantalla el divorcio en 1979. Desde entonces, es raro ver una película sin un divorcio. ¿Qué está pasando?--Martín: Pasa que el cine refleja una triste realidad: la epidemia de divorcios que asola a las sociedades occidentales.Ante esta situación, algunas películas modernas han pretendido desdramatizar el divorcio y la infidelidad conyugal, causante de muchas de esas rupturas. Ahí están Sra. Doubtfire, Los puentes de Madison, Definitivamente, quizás, Vicky Cristina Barcelona...Sin embargo, el mejor cine ha seguido presentando el divorcio como un fracaso del amor y como uno de los grandes males de la sociedad actual.Kramer contra Kramer marcó época, como también lo hizo, en 1999, In the Mood for Love (Deseando amar), del hongkonés Wong Kar-Wai, que elogia la fidelidad conyugal con una delicadeza y una sensibilidad portentosas, similares a las de otra obra maestra: la reciente Once (2007), del irlandés John Carney.En todo caso, ha sido el desaparecido maestro sueco Ingmar Bergman quien ha criticado con más vigor y lucidez la complacencia frívola hacia el divorcio y la infidelidad.. Ahí están sus impresionantes guiones para Encuentros privados (1996) e Infiel (2000), ambas dirigidas por Liv Ullmann.De hecho, Infiel comienza con la siguiente cita del escritor alemán Botho Strauss: "No hay ningún fracaso, ni la enfermedad, ni la ruina profesional o económica, que tenga un eco tan cruel y profundo en el subconsciente, como un divorcio. Penetra hasta el núcleo de la angustia, resucitándola. La herida provocada es más profunda que toda una vida".--En todo caso, de ese proceso habrán surgido más películas sobre familias monoparentales.--Martín: Sin duda. Y, en concreto, las secuelas en los hijos de la ausencia de la madre o del padre es uno de los temas recurrentes del cine moderno.Una ausencia causada a veces por el divorcio, y otras por la muerte de uno de los progenitores. La lista de títulos es también muy amplia: Campeón, E.T. El extraterrestre, El gigante de hierro, Aprendiendo a vivir, La princesita, El hombre sin rostro, Deliciosa Martha, Together, Señales, Las horas, El color del paraíso, El niño de Marte, Todo el bien del mundo, El sueño de Valentín, En busca de la felicidad, Rocky Balboa, La vida sin Grace, Caos calmo...De todas formas, si los buenos aficionados tuvieran que elegir la mejor familia fí lmica con un solo progenitor, seguramente ganaría por goleada la de Matar a un ruiseñor (1962), de Robert Mulligan, encabezada por Atticus Finch, un abogado viudo que saca adelante a sus dos hijos mientras lucha contra el racismo sureño.