LA ACTITUD DEL PUBLICO ANTE UNA PELICULA
¿Cuál debería ser la actitud del público ante el cine? Sin ánimo de establecer un modelo único y definitivo, unas cuantas ideas y sugerencias pueden ser enriquecedoras para acometer este difícil tema.
Ante todo, el espectador debe asistir a una sala cinematográfica -o al visionado delante de un monitor de TV- libre de prejuicios; como diría el filósofo, tamquam tabula rasa. Porque la obra de arte es abierta, la completa el receptor, y hay que acogerla y comprenderla como tal, con un espíritu lo más abierto posible.
Ahora bien, como cada persona posee su propia formación, no debe prescindir de su ideología o universo personal a la hora de mirar un film. Es más, debe “dialogar” con la película -con sus autores y voluntad de expresión-, para enriquecerse intelectualmente. Y, al mismo tiempo, tiene que apreciar los valores estéticos y éticos que le propone como pieza artística.
En este último sentido -el moral, que abarca toda acción humana-, me gustaría hacer hincapié aquí, ofreciendo unas breves reflexiones, debido a su gran trascendencia cultural y humana. Y más en la actualidad, cuando “reina” el laicismo y el relativismo en tantas esferas de la sociedad.
En efecto, parece que hoy todo está permitido en el mundo democrático al que pertenecemos en aras de la cultura. Pero claro, sin haber examinado antes y con profundidad que significa este término.
Ciertamente, la Cultura -con mayúscula- debe estar siempre al servicio del hombre y de la mujer, y no al revés; pues no sólo ha de tener una buena finalidad, sino que también el mismo acto artístico -la producción cinematográfica, en nuestro caso- ha de estar regulado éticamente. Me explicaré mejor.
Es frecuente oír hablar o alabar una película en atención a sus cualidades o valores fílmico-artísticos, pero nada más. Y esto es un juicio incompleto o, si prefieren, parcial. Una película inmoral, de una ideología equivocada, puede con todo ser una destacada obra de arte. Pondré unos ejemplos extremos: El triunfo de la voluntad (Leni Riefenstahl, 1935) es una obra maestra del cine de propaganda nazi que, como las filmaciones de la época de Goebbels, promulga y mitifica una ideología perversa, pero está reconocida como una pieza artística muy lograda. Mientras otras películas estéticamente notables, como Kill Bill I y II (Quentin Tarantino, 2003-2004) o Brokeback Mountain. En terreno vedado (Ang Lee, 2005), buscan la violencia y el sexo en aras de la “ideología” comercial, además de desmitificar -en este caso- a sus respectivos géneros (fantástico-terror y western).
Al igual que, por el contrario, cabe decir que un film realizado con un sano criterio moral puede no llegar ni siquiera a mediocre bajo el punto de vista artístico. Y ambas afirmaciones son verdaderas.
Lo que ocurre, sin embargo, es que hay una jerarquía de valores y, de acuerdo con ella, el valor artístico está por debajo del moral. Ya lo dijo en su día -aunque aludiendo a razones políticas- el antiguo catedrático de Estética de la Universidad de Barcelona, José María Valverde: Nulla aesthetica sine aethica. Pues, aunque el Arte es un ámbito autónomo de la moral -autónomo, pero no independiente; como afirma el especialista Sánchez de Alba, “tiene una realidad propia, autónoma, pero no puede independizarse de esa realidad espiritual que lo constituye.” (György Luckács: Estética. Madrid, 1975, p. 194)-, el ámbito de la Moral es superior; ya que las leyes morales rigen toda la actividad humana, incluida la artística. Además -como decía el filósofo Jacques Maritain (cfr. La poesía y el arte. Buenos Aires, 1955)- el artista no puede dejar de ser hombre o mujer para ser sólo artista. Estas, por tanto, son verdades lo suficientemente claras.
Aun así, es importante señalar que ambos valores -los morales y los artísticos- no son separables. Quizá lo sean para el crítico y para el investigador (tal es mi caso profesional; aunque en todo análisis especializado también han de estar presentes los criterios éticos), pero nunca para el espectador medio. Lo malo o inmoral no deja de serlo por constituir una obra de arte. Es más: su peligrosidad aumenta precisamente por ello.
Cuando un film está perfectamente realizado llama más la atención, y bajo el envoltorio de arte puede presentarnos contenidos ideológicos rechazables o imágenes obscenas. De ahí el fraude, el engaño que puede llevar en sí una obra artística, la cual -insisto- tendrá mayor repercusión o efectividad en la medida que tenga más calidad fílmica (Dos ejemplos recientes son Ágora, de Alejandro Amenábar, y Si la cosa funciona, de Woody Allen). En este sentido, es preciso tener el criterio claro. Además, es bueno recordar el axioma de que el fin nunca justifica los medios.
Digamos, por tanto, que puede haber películas buenas y películas malas; si las consideramos según esta escala de valores, generalmente inseparables. Y la conclusión natural que se desprende de tal razonamiento es que unos filmes se pueden ver, otros no será conveniente y algunos sólo en determinadas circunstancias.
Es obvio que esa renuncia -libre y responsable, no por prohibición (de ahí lo negativo de toda censura)- viene precedida por simples pero superiores razones de moralidad. Unas veces moverá al espectador el perjuicio personal -aunque sólo sea hipotético-, otras el mal ejemplo que podría dar (a la familia, hijos, amigos…); o también la mera intención de no colaborar al mal, pagando sucios negocios.
Pero ¿y el Arte?, podría preguntar el lector para llegar al fondo de la cuestión. Alguien querrá dejar por sentado que el Arte no es la Moral, que aquél solamente busca el propio perfeccionamiento (el lenguaje del cine y su progreso, en nuestro caso). No obstante, pienso que esta respuesta u objeción no debería dejarnos satisfechos. Me explicaré en un juicio global.
Un arte, un cine, una película, que no sirva a la persona, a la sociedad, es incompleto. Este arte, este cine, este film, no cumple su función perfeccionadora del hombre y de la mujer, para quienes a fin de cuentas ha de estar dirigido y realizado. En definitiva, no es humano, no es social: es imperfecto.
De ahí -vuelvo a insistir- que actualmente sea precisa una responsable valoración moral en la actitud del público. Siempre que queramos ser consecuentes con nuestra condición humana. Pienso que una actitud frívola en este sentido puede tener hondas repercusiones sociales y personales, en cuanto a formación y convivencia.
Por eso -como comentaba una persona de reconocido prestigio-, “si un crítico de cine dice de una película que presenta inconvenientes, que estéticamente está bien y nada más, hace mal. Hay que decir la verdad: si aquello es estéticamente correcto pero va contra la dignidad de la persona, hay que decirlo porque es algo indigno, que no va”. Y esto cabe extenderlo al espectador corriente.
Es más, al mirar e interpretar una obra artística, hemos de buscar la verdad expresada, lo que quiere decir o transmitir. Y eso, ciertamente, nos ayuda conocer y comprender al artista que la realizó. Pero si nos quedamos en esto último, la lectura de las películas se puede convertir en simple erudición o en una hermenéutica histórica o sociológica.
Pues -como escribió el antropólogo Ricardo Yepes-, “no hay en ellas verdades para nosotros, lo cual en el fondo significa que toda cultura (o realidad) que no sea la nuestra es enigmática. Toda obra cultural lleva dentro de sí una verdad que podemos llegar a comprender, aunque cueste tiempo y esfuerzo, y sólo en parte se consiga”. (YEPES STORK, R. Fundamentos de Antropología. Un ideal de la excelencia humana. Pamplona, 1996, p. 331).
Asimismo, otro profesor de Antropología del Cine y Ética de la Imagen, Juan José Muñoz, iría más lejos: “La ética es un arte porque cada individuo debe crear las respuestas más valiosas para cada situación concreta. Pero hay conductas que, en lugar de ser creativas, son destructivas para la dignidad de la persona. Además, en el arte, como en la propia vida, siempre se debe buscar la belleza, y ésta siempre hace referencia a la verdad y al bien”. Finalmente, este teórico defiende su discurso crítico con un ejemplo tan cinéfilo como clarificador, no sólo moral sino también estética y socialmente:
“Muchas veces debemos tomar una decisión, como la que hace Rick (Humphrey Bogart) en Casablanca: advierte que debe subordinar su pasión amorosa a un valor superior. Y decide renunciar a Ilsa (Ingrid Bergman) para que ella vuelva con su marido, que es a quien pertenece, y al que debe apoyar en su lucha contra el nazismo. Este mítico final nos emociona tanto porque conjuga, de modo magistral, la ética con la estética. Tanto el público, como los expertos en guión de cine, admiten que cualquiera de los finales alternativos que se barajaron (la muerte del marido para dejar vía libre a los amantes, o la muerte de Rick) nos hubiera defraudado. Esos finales alternativos no respetaban un principio básico de la narrativa audiovisual: que el desenlace de una película, en la medida de lo posible, sea resultado de las decisiones de los personajes”. (Vid. MUÑOZ, J. J. De “Casablanca” a “Solas”. La creatividad ética en cine y televisión. Madrid, 2005).
Por último, a la hora de mirar un film, es muy importante destacar el necesario sentido crítico del espectador. El público deberá adoptar y desarrollar su sentido crítico, si no quiere dejarse arrastrar por determinadas visiones de la realidad; y así prevenirse contra la frecuente manipulación que se ejerce a través de las imágenes.
De ahí, por tanto, la urgencia de la enseñanza del cine en las escuelas, donde al alumno se le tendría que preparar para saber leer el lenguaje fílmico. Y después, en la Universidad, conseguirá interpretar mejor el auténtico contenido de las películas, haciendo una segunda lectura: aquella que va más allá de la mera anécdota argumental, descubriendo las posibles o diversas connotaciones y la intencionalidad del film. Pienso que es un reto, un desafío, que nos concierne a todos.
Ante todo, el espectador debe asistir a una sala cinematográfica -o al visionado delante de un monitor de TV- libre de prejuicios; como diría el filósofo, tamquam tabula rasa. Porque la obra de arte es abierta, la completa el receptor, y hay que acogerla y comprenderla como tal, con un espíritu lo más abierto posible.
Ahora bien, como cada persona posee su propia formación, no debe prescindir de su ideología o universo personal a la hora de mirar un film. Es más, debe “dialogar” con la película -con sus autores y voluntad de expresión-, para enriquecerse intelectualmente. Y, al mismo tiempo, tiene que apreciar los valores estéticos y éticos que le propone como pieza artística.
En este último sentido -el moral, que abarca toda acción humana-, me gustaría hacer hincapié aquí, ofreciendo unas breves reflexiones, debido a su gran trascendencia cultural y humana. Y más en la actualidad, cuando “reina” el laicismo y el relativismo en tantas esferas de la sociedad.
En efecto, parece que hoy todo está permitido en el mundo democrático al que pertenecemos en aras de la cultura. Pero claro, sin haber examinado antes y con profundidad que significa este término.
Ciertamente, la Cultura -con mayúscula- debe estar siempre al servicio del hombre y de la mujer, y no al revés; pues no sólo ha de tener una buena finalidad, sino que también el mismo acto artístico -la producción cinematográfica, en nuestro caso- ha de estar regulado éticamente. Me explicaré mejor.
Es frecuente oír hablar o alabar una película en atención a sus cualidades o valores fílmico-artísticos, pero nada más. Y esto es un juicio incompleto o, si prefieren, parcial. Una película inmoral, de una ideología equivocada, puede con todo ser una destacada obra de arte. Pondré unos ejemplos extremos: El triunfo de la voluntad (Leni Riefenstahl, 1935) es una obra maestra del cine de propaganda nazi que, como las filmaciones de la época de Goebbels, promulga y mitifica una ideología perversa, pero está reconocida como una pieza artística muy lograda. Mientras otras películas estéticamente notables, como Kill Bill I y II (Quentin Tarantino, 2003-2004) o Brokeback Mountain. En terreno vedado (Ang Lee, 2005), buscan la violencia y el sexo en aras de la “ideología” comercial, además de desmitificar -en este caso- a sus respectivos géneros (fantástico-terror y western).
Al igual que, por el contrario, cabe decir que un film realizado con un sano criterio moral puede no llegar ni siquiera a mediocre bajo el punto de vista artístico. Y ambas afirmaciones son verdaderas.
Lo que ocurre, sin embargo, es que hay una jerarquía de valores y, de acuerdo con ella, el valor artístico está por debajo del moral. Ya lo dijo en su día -aunque aludiendo a razones políticas- el antiguo catedrático de Estética de la Universidad de Barcelona, José María Valverde: Nulla aesthetica sine aethica. Pues, aunque el Arte es un ámbito autónomo de la moral -autónomo, pero no independiente; como afirma el especialista Sánchez de Alba, “tiene una realidad propia, autónoma, pero no puede independizarse de esa realidad espiritual que lo constituye.” (György Luckács: Estética. Madrid, 1975, p. 194)-, el ámbito de la Moral es superior; ya que las leyes morales rigen toda la actividad humana, incluida la artística. Además -como decía el filósofo Jacques Maritain (cfr. La poesía y el arte. Buenos Aires, 1955)- el artista no puede dejar de ser hombre o mujer para ser sólo artista. Estas, por tanto, son verdades lo suficientemente claras.
Aun así, es importante señalar que ambos valores -los morales y los artísticos- no son separables. Quizá lo sean para el crítico y para el investigador (tal es mi caso profesional; aunque en todo análisis especializado también han de estar presentes los criterios éticos), pero nunca para el espectador medio. Lo malo o inmoral no deja de serlo por constituir una obra de arte. Es más: su peligrosidad aumenta precisamente por ello.
Cuando un film está perfectamente realizado llama más la atención, y bajo el envoltorio de arte puede presentarnos contenidos ideológicos rechazables o imágenes obscenas. De ahí el fraude, el engaño que puede llevar en sí una obra artística, la cual -insisto- tendrá mayor repercusión o efectividad en la medida que tenga más calidad fílmica (Dos ejemplos recientes son Ágora, de Alejandro Amenábar, y Si la cosa funciona, de Woody Allen). En este sentido, es preciso tener el criterio claro. Además, es bueno recordar el axioma de que el fin nunca justifica los medios.
Digamos, por tanto, que puede haber películas buenas y películas malas; si las consideramos según esta escala de valores, generalmente inseparables. Y la conclusión natural que se desprende de tal razonamiento es que unos filmes se pueden ver, otros no será conveniente y algunos sólo en determinadas circunstancias.
Es obvio que esa renuncia -libre y responsable, no por prohibición (de ahí lo negativo de toda censura)- viene precedida por simples pero superiores razones de moralidad. Unas veces moverá al espectador el perjuicio personal -aunque sólo sea hipotético-, otras el mal ejemplo que podría dar (a la familia, hijos, amigos…); o también la mera intención de no colaborar al mal, pagando sucios negocios.
Pero ¿y el Arte?, podría preguntar el lector para llegar al fondo de la cuestión. Alguien querrá dejar por sentado que el Arte no es la Moral, que aquél solamente busca el propio perfeccionamiento (el lenguaje del cine y su progreso, en nuestro caso). No obstante, pienso que esta respuesta u objeción no debería dejarnos satisfechos. Me explicaré en un juicio global.
Un arte, un cine, una película, que no sirva a la persona, a la sociedad, es incompleto. Este arte, este cine, este film, no cumple su función perfeccionadora del hombre y de la mujer, para quienes a fin de cuentas ha de estar dirigido y realizado. En definitiva, no es humano, no es social: es imperfecto.
De ahí -vuelvo a insistir- que actualmente sea precisa una responsable valoración moral en la actitud del público. Siempre que queramos ser consecuentes con nuestra condición humana. Pienso que una actitud frívola en este sentido puede tener hondas repercusiones sociales y personales, en cuanto a formación y convivencia.
Por eso -como comentaba una persona de reconocido prestigio-, “si un crítico de cine dice de una película que presenta inconvenientes, que estéticamente está bien y nada más, hace mal. Hay que decir la verdad: si aquello es estéticamente correcto pero va contra la dignidad de la persona, hay que decirlo porque es algo indigno, que no va”. Y esto cabe extenderlo al espectador corriente.
Es más, al mirar e interpretar una obra artística, hemos de buscar la verdad expresada, lo que quiere decir o transmitir. Y eso, ciertamente, nos ayuda conocer y comprender al artista que la realizó. Pero si nos quedamos en esto último, la lectura de las películas se puede convertir en simple erudición o en una hermenéutica histórica o sociológica.
Pues -como escribió el antropólogo Ricardo Yepes-, “no hay en ellas verdades para nosotros, lo cual en el fondo significa que toda cultura (o realidad) que no sea la nuestra es enigmática. Toda obra cultural lleva dentro de sí una verdad que podemos llegar a comprender, aunque cueste tiempo y esfuerzo, y sólo en parte se consiga”. (YEPES STORK, R. Fundamentos de Antropología. Un ideal de la excelencia humana. Pamplona, 1996, p. 331).
Asimismo, otro profesor de Antropología del Cine y Ética de la Imagen, Juan José Muñoz, iría más lejos: “La ética es un arte porque cada individuo debe crear las respuestas más valiosas para cada situación concreta. Pero hay conductas que, en lugar de ser creativas, son destructivas para la dignidad de la persona. Además, en el arte, como en la propia vida, siempre se debe buscar la belleza, y ésta siempre hace referencia a la verdad y al bien”. Finalmente, este teórico defiende su discurso crítico con un ejemplo tan cinéfilo como clarificador, no sólo moral sino también estética y socialmente:
“Muchas veces debemos tomar una decisión, como la que hace Rick (Humphrey Bogart) en Casablanca: advierte que debe subordinar su pasión amorosa a un valor superior. Y decide renunciar a Ilsa (Ingrid Bergman) para que ella vuelva con su marido, que es a quien pertenece, y al que debe apoyar en su lucha contra el nazismo. Este mítico final nos emociona tanto porque conjuga, de modo magistral, la ética con la estética. Tanto el público, como los expertos en guión de cine, admiten que cualquiera de los finales alternativos que se barajaron (la muerte del marido para dejar vía libre a los amantes, o la muerte de Rick) nos hubiera defraudado. Esos finales alternativos no respetaban un principio básico de la narrativa audiovisual: que el desenlace de una película, en la medida de lo posible, sea resultado de las decisiones de los personajes”. (Vid. MUÑOZ, J. J. De “Casablanca” a “Solas”. La creatividad ética en cine y televisión. Madrid, 2005).
Por último, a la hora de mirar un film, es muy importante destacar el necesario sentido crítico del espectador. El público deberá adoptar y desarrollar su sentido crítico, si no quiere dejarse arrastrar por determinadas visiones de la realidad; y así prevenirse contra la frecuente manipulación que se ejerce a través de las imágenes.
De ahí, por tanto, la urgencia de la enseñanza del cine en las escuelas, donde al alumno se le tendría que preparar para saber leer el lenguaje fílmico. Y después, en la Universidad, conseguirá interpretar mejor el auténtico contenido de las películas, haciendo una segunda lectura: aquella que va más allá de la mera anécdota argumental, descubriendo las posibles o diversas connotaciones y la intencionalidad del film. Pienso que es un reto, un desafío, que nos concierne a todos.